Las mascarillas como elemento “democratizador” en la sociedad actual: del arte a la enfermedad

De Almudena Anés.



“Los hombres no cambian, se desenmascaran.”

Germaine de Staël.

El mundo se ha cubierto la cara ante la amenaza. El COVID-19 ha supuesto una vuelta de tuerca al sistema de tradiciones de nuestra sociedad actual, acostumbrada a una libertad facial muy alejada de las imágenes de los viandantes asiáticos en el telediario: siempre tapados con mascarillas ante el contagio y la contaminación. Europa y América, de esta forma, han tenido que implementar medidas de prevención y control en sus poblaciones para evitar la propagación del virus, entre ellas, portar obligatoriamente mascarillas. El caso de España es sólo uno entre los muchos países afectados por esta pandemia. Sin embargo, pese a la novedad extraña y ajena de estos objetos en nuestra cotidianidad, la historia de la mascarilla y, por tanto, de la máscara, se prolonga mucho en el tiempo en una asociación híbrida entre arte, religión y enfermedad.


Ilustración 1. Mascarilla quirúrgica.

Las mascarillas se debaten a su vez entre el compromiso estético e individualista de una sociedad que se tiene que adaptar todavía a una nueva normalidad y el dilema ético/solidario del colectivismo sanitario. La salud se enfrenta así a las diferencias de clase social, etnia, cultura, sexo y género de personas que pueden optar entre el espíritu democratizador de las mascarillas quirúrgicas/médicas (todos somos víctimas ante el virus) o el deseo de marcar una moda, una tendencia o, incluso, la propia personalidad de las mascarillas de tela, que recuerdan a toda la tradicionalidad histórica y artística asociada a las máscaras en sí. Se produce una dicotomía entre la necesidad y el oportunismo de la gente y los diseñadores (ropa, complementos). Cubrirse el rostro empieza a molar.

La protección ante el mundo hostil provoca la verticalidad de riqueza y estatus de las máscaras en el arte contra la horizontalidad de la pandemia y las mascarillas sanitarias. El proceso “democratizador” de las mismas y tan comentado en los medios de comunicación queda en entredicho viendo también los antecedentes históricos. El Met Museum analiza las máscaras como un elemento entre culturas de profundas raíces en la constitución de las personas. Por ejemplo, las máscaras son artefactos que uniforman al mismo tiempo que individualizan. Utilizadas en ritos, actuaciones o como disfraces y símbolos de protección, encarnan a personajes ajenos que dotan de una libertad de movimiento y reconocimiento a partes iguales. La identidad se transforma en un juego, en algo voluble. La ilusión, el encuentro y la relación con otras artes hacen de las máscaras elementos atractivos en la sociedad del espectáculo y la diversión, formando un imaginario de carácter popular y exótico a la vez que misterioso y peligroso. La imposición social de un ego conformado choca con el libertinaje que las máscaras ofrecen a cambio en un contexto social, cultural y económico que también está entre lo verdadero y lo falso, a caballo con la leyenda. Las mascarillas médicas/quirúrgicas empiezan a ser sustituidas por un artificio artístico que las marcas de moda ingenian como respuesta. Esta no es la primera vez que sucede dado que, como se ha visto, la máscara puede ser un componente de identificación móvil y sugerente.

Ilustración 2. Máscaras teatrales de la Tragedia y la Comedia / Siglo II D.C. / Mosaico romano.

Lo democrático se elude por lo distintivo. La máscara es ceremonial y ritual desde sus orígenes en la Antigüedad. Su desarrollo se debe al constante movimiento de las prácticas antropológicas humanas en la tradición, la fiesta y la muerte. En las artes escénicas, se encuentran manifestaciones en el teatro grecolatino y en los dramas clásicos japonés y tibetano, por citar algunos. La danza también se nutre del disfraz del rostro para mostrar el cuerpo. Resulta así una anatomía facial que puede ser mágica, apotropaica o religiosa. Las máscaras tribales africanas, las oceánicas o las autóctonas de América Latina (aztecas, incas, etc.) son una breve muestra de un horizonte cultural muy amplio. En Asia, el baile y el festival reconducen las máscaras hacia la ritualidad mediante los distintos cultos de cada zona. También es interesante comentar su imbricación en el teatro (sobre todo no occidental) o en la violencia (la lucha libre mexicana o como uso punitivo de tortura). El hecho de la mascarada, el fingimiento y lo oculto crean un mito de tensión en el cual giran asimismo los conceptos de enfermedad, terror y muerte. Halloween parodia tradiciones carnavalescas y fantásticas que sí tienen un peso en la Historia: la peste.

                                                 Ilustración 3. Máscara pekinesa para ópera.         

Hasta ahora se ha estudiado la mascarilla como esteticismo actual y antropológico dado que ha habido numerosas manifestaciones de una misma cuestión vista con diferentes perspectivas: salvar/proteger/ocultar el rostro. La pregunta es cuestionarse los hitos previos en forma de pandemia que han suscitado la utilización de las máscaras para luchar contra la enfermedad. Puede llamarse peste bubónica o coronavirus pero el efecto es idéntico: miedo a la muerte/necesidad de protección.

Ilustración 4. El Encuentro  /  1746  /  Pietro Longhi, Venecia, Italia  / Óleo sobre lienzo.

Los Carnavales de Venecia se remontan a los siglos XII y XIII aunque los disfraces y la escenografía del festival, tal y como se conocen hoy,  pertenecen a la Commedia Dell‘Arte desarrollada entre los siglos XVI y XVIII. Con la tradición de la Edad Media y el Renacimiento Italiano, se encuentran personajes teatrales famosos de esta época como Pantalone, Il Capitano, Arlequín o Il Dottore, quizás el más curioso al simbolizar el símil entre el entonces y el ahora pandémico. Conocido como “el doctor de la peste”, dentro del teatro muestra los sucesos históricos relacionados con la peste negra. Por ello, al igual que el resto de sus compañeros teatrales, porta una máscara. En este caso, una máscara de pico que equivaldría a nuestra mascarilla hoy. La historia se repite.

La primera peste notable nace en el puerto de Génova en 1348 y se caracteriza por la inflamación de los ganglios hasta volverse negros a causa de las hemorragias internas producidas por la enfermedad, los famosos “bubos”. Por esa época en Europa también existían otro tipo de gripes y pandemias pero la peste fue, sin duda, la más mortífera con diferencia. La gente para protegerse como podía se cubría el rostro con paños o telas. No es nuevo esto, de hecho, la enfermedad en Florencia motivó la creación de una de las obras más famosas dentro de la literatura europea, El Decamerón de Giovanni Bocaccio.

Sin embargo, el brote de peste importante ocurre en la Venecia de entre 1575 y 1577, donde la ciudad se envuelve de magia, mito, muerte y resurrección. Será entonces cuando cobren fama las figuras de los médicos transformados en los “magistrato della sanità”, los primeros en imponer un uniforme de protección y notificar estadísticas médicas de la enfermedad (recuerda bastante a Fernando Simón y a toda la situación sanitaria vivida aquí). La peste se creía que se contagiaba por vía aérea y que después entraba por los poros de la piel, por ello los médicos tenían que llevar guantes de cuero, gafas, un sombrero de ala ancha, el abrigo de cuero larguísimo, la vara de diagnóstico y la famosa máscara, que a su vez estaba equipada con plantas aromáticas en la zona de la nariz por el olor de los muertos y llevaba también unos ojos de cristal. Se dice que el pico con forma de pájaro era para mantener una especie de distancia social entre doctor y paciente. De esta manera, los carnavales reincorporarían después a este personaje clave en el salvamiento de muchas vidas y que hoy explicaría muchas de las conductas que se han llevado a cabo, patrones históricos pasados por el arte y la enfermedad.

Ilustración 5. Traje del médico de la peste en un dibujo de 1656.

Para concluir, cabe decir que la historia es cíclica (a las circunstancias me remito) y que si bien la enfermedad y la muerte son democratizadoras, el arte todavía no. Cabe recordar que las máscaras mortuorias sólo podían permitírselas las personas adineradas y con poder. Al final, los humanos abandonamos el miedo para abrazarnos de manera elegante ante la desgracia. Y olvidamos siempre demasiado pronto.

Ilustración 6. Imagen de Fernando Simón recordándote que te pongas la mascarilla ;)

 

Bibliografía que recomendamos

Yäelle Biro & Dirk Breiding, “Masks”, The Met Museum (Connections) - https://www.metmuseum.org/connections/masks#/Feature/ (20/06/2020).

Vinilla Burnham, Phil Clark, Brian Froud, Wendy Froud, Beckie Kravetz, Horse + Bamboo, Katy Marchant, Charles Vess, Nancy Warren, The Mythic Mask, an exhibition of mask art - https://web.archive.org/web/20061111101611/http://www.endicott-studio.com/gal/galmasks/masks1.html (20/06/2020).

Orlando Rafael Serrano Barrera & Jenny de La Caridad Hernández Betancourt, “Las epidemias desde la perspectiva de la historia, la ciencia y la cultura.” Revista Electrónica “Dr. Zoilo E. Marinello Vidaurreta”,  1 de marzo de 2016, Vol.41 (3).

 

 

 

 

 

 


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