Guerra total y el camino hacia el desastre
De Alejandro Fernández Villanueva
Cuesta
pensar que exista hoy duda en decir que la Segunda Guerra Mundial no fue un
conflicto decisivo e inhumano en la historia de la humanidad. Tanto es así que
ha quedado en nuestras retinas imágenes generadas por el cine, las series de
televisión, la música… La cultura visual en su totalidad ha hecho de esta etapa
un eje clave para la generación y tratamiento del periodo que abarcamos hoy.
Existen
puntos clave que hacen de este acontecimiento un hito en la Historia reciente de
esto que comúnmente llamamos Occidente, pero realmente es un momento histórico
que redefine no sólo nuestra cultura sino la forma de hacer guerra. Aquí es
donde entra el término Guerra Total, concepto que el historiador Gabriele
Ranzato define como: “aquella que tiene como rasgo esencial la desaparición
de toda diferencia entre militares y civiles como objeto de violencia bélica,
con la consecuente eliminación de cualquier área de salvaguardia para las poblaciones
inermes”. Una guerra en donde no existen los límites, los salvoconductos y
por tanto cuyo objetivo fundamental y primario es el completo exterminio del
bando enemigo utilizando todos los medios existentes y a toda costa. Realmente si
pensamos este hecho demostramos que la terrible dinámica que se establece en donde
“todo fin justifica los medios”, una premisa que lleva al ser humano
directamente a una matanza indiscriminada que es recordada hasta día de hoy.
Paremos
un momento a ver este fragmento del famoso discurso de Joseph Goebbels en el
Palacio de los Deportes de Berlín en 1943, año importante de la guerra, pues
las fuerzas nazis empezaban a ser mermadas por el bando aliado:
Guerra
total y acabar con el enemigo, un discurso incendiario y de masas donde Alemania
es la palabra y la muerte es el resultado.
Realmente
todas las guerras parten de una conciencia deshumanizadora, pero su desarrollo y
sus límites están bajo tela de juicio una vez empieza la Gran Guerra. En 1907
en la famosa Conferencia de La Haya, se dictaron las normas precisas donde se
prohibían no sólo que a los civiles se les hiciera objeto de toda violencia
bélica, sino también que se les tomara como rehenes, sometiéndoles a trabajos
forzados y acabar con todos sus bienes y medios de supervivencia. Durante la Primera
Guerra Mundial, el odio del nacionalismo hacia el enemigo, el contrario produjo
en los alemanes una extensa destrucción de estas normas establecidas, sometiendo
por ejemplo a la población civil belga y francesa a verdaderas masacres por represalia
o venganza a partir de las primeras etapas del conflicto. Un ejemplo sacado de
la obra de Gilbert en Bélgica:
“Los
alemanes fusilaron a cincuenta habitantes del pueblo de Seilles, y el 22 de
agosto (de 1914), en el centro minero de Tamimes, enfurecidos por la tenaz
resistencia de los soldados franceses que operaban en aquella zona, se llevaron
a 384 civiles, los reunieron cerca de la iglesia, los pusieron en filas y los
mataron a tiros de fusil y ametralladora. La víctima más joven tenia trece años,
la más vieja ochenta y cuatro. Una matanza todavía más terrible fue la perpetrada
al día siguiente en Dianant. Las autoridades alemanas mataron a 612 hombres,
mujeres y niños en represalia por haber disparado a sus soldados que reparaban
el puente”.
No
hay distinción en la guerra entre civiles y soldados, pues todos son los enemigos
de la nación. Pero la guerra en el siglo XX tiene peculiaridades que la
hicieron diferente: por un lado, por el aumento de número de víctimas ocasionado
por el avance tecnológico y militar y por otro, por las funciones que se
atribuyen al exterminio de poblaciones que no estaban armadas. Una práctica de
exterminio de las poblaciones civiles se dio por ejemplo también en la Guerra
de los Treinta Años en el siglo XVII, pero en esta guerra, así como en otras
del pasado, las masacres y toda clase de violencias sobre las poblaciones no
tenían una finalidad estratégica, no eran un plan que estaba integrado en fines
militares. En muchos casos, incluso, la guerra terminaba en el momento en el que parecía haber un claro vencedor optando por una vía más diplomática. Sin embargo, la guerra en el siglo XX se caracteriza por la
necesidad de poner a la población civil como un objetivo estratégico-militar,
un blanco para obtener la victoria, a través de la guerra total, sin límite. Una guerra donde la batalla no acababa hasta dejar el último hombre en pie.
Esta
estrategia tiene una lógica militar, pues debido sobre todo en la Primera
Guerra Mundial, la guerra de desgaste en las trincheras provocó que fuera
decisivo el papel de la población civil para resistir en el frente. Por tanto,
estrategias militares de aviación como el bombardeo de ciudades se convirtió en
un eje ya no circunstancial, sino crucial para la obtención de la victoria.
En
este sentido es clave observar lo ocurrido en España durante la Guerra Civil, un
momento en el que los países que después se enfrentaron en la guerra utilizaron
como lugar de pruebas para comprobar el grado de amenaza de sus respectivos
ejércitos. Esto se observa en los ataques aéreos, bombardeos que destruían
ciudades y de nuevo vemos que el blanco eran civiles. El famoso bombardeo del Guernica
tuvo un carácter de experimento para averiguar como de devastador era el poderío
de la aviación en ese momento. Así ninguna restricción se aplicó en los bombardeos
de la Segunda Guerra mundial, provocando la verdadera paralización de ciudades
y algunos lo califican de acto terrorista, como es el caso del historiador
Basil Liddell Hart:
“A
medida que la imposibilidad de centrar objetivos estratégicos con la suficiente
precisión se hacía más patente, el estado mayor de aviación (británica) puso énfasis
en la eficacia de los bombardeos como medio para quebrantar la moral de la población
civil, es decir, en el terrorismo. Debilitar la voluntad de lucha del enemigo devenía
más importante que destruir los instrumentos empleados por el enemigo para
luchar”.
Y
así una escalada de terror que se tradujo en las bombas atómicas de Hiroshima y
Nagasaki en agosto de 1945. Una resolución que se tradujo en la voluntad, por
un lado, de ensayar el poder destructivo atómico y por otro lado, en acabar con
la voluntad japonesa de acometer cualquier tipo de agresión al país americano.
Un acto que puso a Estados Unidos en el pico del poderío militar y en consecuencia
por encima de las demás potencias mundiales, iniciando una guerra armamentística
que se reflejará en los años posteriores. Y vemos que fue una decisión
realmente parecida a la que se tomaban los bombardeos durante le desarrollo de
la guerra: la de conseguir la rendición del enemigo de manera incondicional a
toda costa.
A
pesar de todo, no parece que hoy hayan cambiado demasiado las cosas. Sólo hay
que ver las noticias con respecto al área del sudoeste asiático en las guerras
palestino-israelíes y veremos que los bombardeos son muchas veces diarios, con
víctimas civiles de todas las edades:
Y
ejemplo tras ejemplo no aprendemos e incluso aplaudimos ante estas injusticias.
Hay que aprender que en ningún caso el fin justifica los medios, porque
entonces, emprenderíamos un único camino hacia el desastre.
Bibliografía
que recomendamos:
Martin
GILBERT. La Primera Guerra Mundial. La Esfera de los Libros, 2011.
Eric
HOBSBAWM. Historia del siglo XX,
(1914-1991). Crítica, 1995.
Gabriele
RANZATO, “Guerra Civil y guerra total en el siglo XX”, Revista Ayer nº 55,
2004.
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