Cómo leer los cuadros de Murillo


De Jorge González Segura


La mayoría de las personas que tienen nociones de arte o que simplemente les llama la atención por su estética o por lo que realmente significa tener un cuadro de un u otro artista colgado en una pared, tienen en mente una serie de cronologías, como la renacentista, la barroca, la neoclasicista o la contemporánea -para más información, véase en el blog La historia encajonada-. No obstante, estas quedan de alguna forma eclipsadas por una franja temporal que aparentemente dura cien años -aunque en mi mera opinión se podría hablar de ella desde la boda de los Reyes Católicos en 1469 hasta la muerte de Felipe IV en 1665- es decir, el “Siglo de Oro”.

Un término que bien podría achacarse al “españolismo” del que hace eco el historiador José María Azcárate -para más información véase en el blog El principal problema de lo hispanoflamenco. El nombre- de no ser que el término fue acuñado por uno de los pintores más sobresalientes del período al que nos referimos. Pacheco, quien en su tratado El arte de la pintura denominó a la ciudad de Sevilla como “La cárcel dorada del arte”.


Es más que probable que el lector esté pensando en nombres como Velázquez, Zurbarán, Alonso Cano, Juan de Valdés Leal o Bartolomé Esteban Murillo, pintores que coincidieron en tiempo, es decir, a principios del siglo XVII y en espacio, es decir, en la ciudad de Sevilla. Generalmente, sus obras están “encajonadas” en tópicos, tales como el retrato, la religión y la mitología
(figuras 1, 2 y 3).


Figura 1. Alonso Cano, Retrato de Retrato de Don Antonio Pedro Sancho Dávila Toledo y Álvarez Osorio, IV Marqués de Velada y X Marques de Astorga, embajador en Roma y virrey de Nápoles, 1657, colección particular.
Figura 2. Bartolomé Esteban Murillo, Inmaculada concepción de los venerables, 1678, Madrid, Museo Nacional del Prado.
Figura 3. Velázquez, Mercurio y Argos, 1659, Madrid, Museo Nacional del Prado.
Todo esto, es absolutamente cierto, en parte. Sepa el lector, que la historia o la historia del arte son disciplinas que, más que estudiar el pasado o más que estudiar el tipo de pincelada expresiva que tiene Van Gogh, intentan desentrañar los cambios acontecidos y contestar a preguntas tales como; por qué, cuando, cómo, dónde… -una de las razones por las que “encajonar” la historia o la historia del arte en períodos es algo que dificulta que veamos en perspectiva dichos acontecimientos o cambios que se desarrollan en un período-.

Uno de estos grandes cambios a los que me quiero referir es el hecho de que los pintores del “Siglo de Oro” ni mucho menos se dedicaban a pintar sólo temas religiosos, mitológicos o retratos, sino que también supieron plasmar las alteraciones sociales de su tiempo. Uno de ellos fue Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682).

Piense el lector que en el siglo XVII la ciudad de Sevilla era algo así como la actual Nueva York, Londres, París y Tokio juntas. Era el único lugar europeo que comerciaba directamente con el continente americano y, por ende, una ciudad en la que la riqueza abundaba, la densidad de población era mucho mayor que ninguna otra y en la que artistas de todas partes de Europa -Flandes, Italia, Francia, Inglaterra…- se asentaron para poder “hacer las américas” y tratar de vender sus cuadros en los grandes virreinatos, La Nueva España y Perú. ¿qué consecuencias tiene todo esto para el “Siglo de Oro”? Se preguntará el lector…

Simple. Los contactos, las influencias, los cambios de composición que demandaban los diferentes mecenas -españoles o americanos- y, por supuesto, la apertura de talleres para más producción y, por ende, más dinero, es lo que hizo que esta ciudad pasase a ser “la cárcel dorada del arte”.

No obstante, y, de alguna manera conectando con la situación que vivimos ahora, en el año 1649, hubo una gran epidemia de peste en Sevilla en la que fallecieron aproximadamente 12.000 personas. Algo, que nos puede sonar a las epidemias acontecidas en Europa desde el siglo XIII hasta hoy en día con el Covid-19. Como en toda crisis, hubo una respuesta de la sociedad. La ciudad de Sevilla cerró sus fronteras tanto con América como con el resto de España, las hermandades que se hacían cargo de los fallecidos, empezaron a tener cada vez más importancia, como La Santa Hermandad de la Caridad de Sevilla, la ciudad y, por supuesto, los hechos fueron plasmados por diferentes artistas y en diferentes géneros.

La pintura es probablemente el mejor vehículo para interpretar los cambios sociales, plásticos y estéticos del siglo XVII debido a que, es eminentemente visual y, de las consideradas “Bellas Artes” es la que mejor representa la “realidad” -mejor dicho, es “verosímil”-.

Uno de los pintores que reflejaron mejor estos cambios fue Bartolomé Esteban Murillo, un pintor que, a parte de ser técnicamente exquisito y ser probablemente el mejor pintor de la Sevilla del siglo XVII, su trabajo para “captar” una imagen y hacer que el espectador piense que es completamente real, es fascinante. Nada mejor que ver esto en una serie de obras conocidas comúnmente como “los niños de Murillo” (figura 4).


Figura 4. Bartolomé Esteban Murillo, Niños jugando a los dados, 1665-1670, Alte Pinakothek, Múnich.
En esta serie de obras, podemos ver cómo se representaban los aires de mendicidad de la Sevilla de mediados del siglo XVII tras pasar por la peste y cómo un montón de niños que Murillo representa como mendigos, tratan de pasar el tiempo jugando mientras que el más pequeño de todos interpela al espectador, quien tiene que tener compasión y darles limosna para que el pan o la fruta que comen no les falte en los días venideros.

Una imagen, que podemos ver en la producción del sevillano una y otra vez y que, hoy en día está expuesta por todo el mundo (figura 5 y figura 6).
Figura 5. Bartolomé Esteban Murillo Joven mendigo, 1645-1647, Musée du Louvre, París.
Figura 6. Bartolomé Esteban Murillo, Niños comiendo fruta, 1650, Alte Pinakothek, Múnich.
No obstante, querido lector, estas imágenes, han pasado a formar parte de nuestra cultura visual como imágenes predominantemente religiosas. ¿No ven ustedes cierto vínculo entre la representación de infantes tirados en una calle muriéndose de hambre y la representación de Cristo niño nacido en un pesebre? (figura 7)
Figura 7. Bartolomé Esteban Murillo, Virgen con el niño, 1665-1669, Colección privada
¿no ven ustedes la representación de una juventud desolada debido a la situación social que hacía pocos años había vivido Sevilla, que alentaba de una forma u otra a que la sociedad acometiese actos de caridad, como los reflejados en la Iglesia de San Jorge del Hospital de la Santa Caridad de Sevilla? (figura 8 y detalle).
Figura 8. Bartolomé Esteban Murillo, Moisés haciendo manar el agua de la roca de Horeb, 1669-1670, Iglesia de San Jorge, Hospital de la Santa Caridad, Sevilla.

Bartolomé Esteban Murillo, Detalle de Moisés haciendo manar el agua de la roca de Horeb, 1669-1670, Iglesia de San Jorge, Hospital de la Santa Caridad, Sevilla.
Si ha pensado así, realmente me quito el sombrero porque ha llegado a la misma conclusión que grandes especialistas del “Siglo de Oro” español y que grandes especialistas en Murillo y, personalmente, pienso que es uno de los factores fundamentales que, a la hora de estudiar al pintor de sevillano pero, también tenemos que tener en cuenta la absoluta coordinación temática que hay en sus obras.

Pero, siempre que estudiamos a pintores de esta índole ocurren dos cosas, en primer lugar, a los historiadores del arte, se nos llena el pecho de aire de la satisfacción que nos da poder estudiar a una personalidad como esta y, acto seguido, cuando encontramos que no podemos “encajonar” ciertos cuadros dentro de su producción expulsamos todo el aire que hemos acumulado y rezamos para que nadie se de cuenta de lo que pasa con esos cuadros. ¿Y si realmente la historiografía tradicional está equivocada? ¿Y si lo que se ha dicho sobre la “sacralización” de los niños de Murillo fuese una invención que no llega a cuajar?

Como mencionaba, el “Siglo de Oro”, es realmente producto de la unión artística, tanto plástica como literaria y musical. Es hora de lanzar la hipótesis que estamos desarrollando y para ello necesito que el lector piense en el género literario que se desarrolla a partir de la escritura de obras de teatro como La tragicomedia de Calisto y Melibea, conocida como La celestina, Fernando de Rojas. Si ha pensado usted en la poesía épica, lamento decirle que está equivocado, pero, si ha pensado en la literatura picaresca ha acertado de lleno.

La literatura picaresca durante el siglo XVI y XVII fue uno de los productos más consumidos por la sociedad española de la época. De hecho, no hace falta más que ver los títulos publicados para que uno se dé cuenta de ello:

-          Fernando de Rojas: La Celestina (1499)
-          Anónimo: El lazarillo de Tormes (1554)
-          Mateo Alemán: Vida del pícaro Guzmán Alfarache (1599)
-          Gregorio González: El guitón Honofre (1604)
-          Miguel de Cervantes: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605).
-          Francisco López de Úbeda: La pícara Justina (1605)
-          Miguel de Cervantes: Novelas ejemplares (1613)
-          Vicente Espinel: Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón (1618)
-          Carlos García: La desordenada codicia de los bienes ajenos (1619)
-          Jerónimo de Alcalá: Alonso, mozo de muchos amos (1624)
-          Francisco de Quevedo: La vida del Buscón (1626)

Me pregunto si esto tendrá que ver realmente con la producción de Murillo. Ciertamente creo -y espero- que sí debido a que, hay ciertas pinturas producidas en el mismo período en la que se pintaron “los niños” y estas producciones religiosas de las que venimos hablando que realmente salen del esquema predominante del Siglo de Oro (figuras 9 y 10).

Figura 9. Bartolomé Esteban Murillo, Vieja gitana con niño, 1650-1655, Wallraf-Richartz Museum, Colonia.
Figura 10. Bartolomé Esteban Murillo, Cuatro figuras en un zaguán, 1655-1660, Kimbell Art Museum, Fort Worth.
Si el lector ha tenido el valor de adentrarse con alguna de las lecturas que se han mencionado en la lista, no tendrá ningún problema en reconocer que las burlas, el tono satírico, las expresiones sarcásticas, el cómo realmente las figuras interpelan al espectador para que, de alguna, manera sienta lástima por las víctimas, ¿nos suena esto de algo? (figuras 4, 5 y 6).

Otro dato importante que avala la teoría de la influencia de la literatura picaresca en la pintura de Murillo es que, cuando las realiza, llevaba cinco años casado, ¿es posible que el pintor fuese conformando paulatinamente una biblioteca en las que se encontrasen algunas de las obras picarescas que hemos citado? La respuesta es algo inconclusa tanto en su afirmación como en su negación, no obstante, tampoco es algo disparatado debido a las fechas de producción de las obras y la temática que trata, que va desde las burlas hasta la prostitución -supuestamente- (figura 11).
Figura 11. Bartolomé Esteban Murillo, Las gallegas, 1655-1660, National Gallery of Art, Washington. 


Por tanto, ¿podríamos meter a los denominados “niños” dentro de una producción picaresca en vez de religiosa? La respuesta corta sería que sí, que historiográficamente se han interpretado como producto de la sacralización y que, realmente están plasmando lo que ocurría en la Sevilla del XVII.

La respuesta larga pero que, realmente haré más corta debido a mi falta de conocimiento y lectura sobre el tema, sería que sí -debido a los motivos explicados- sin olvidar que este tipo de pinturas, efectivamente, servían para la producción sacra, cuyos modelos son más que evidentes (figura 12).
Figura 12. Bartolomé Esteban Murillo, San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres, 1645-1646, Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.
Por tanto, a las cuestiones que se planteaban con anterioridad, se puede decir que, en primer lugar, la pintura del “Siglo de Oro” fue mucho más que unos retratos, unas vírgenes y unos hércules musculados, sino que representó a la sociedad del momento de una forma muy verosímil. Se puede decir que la pintura del “Siglo de Oro”, puede interpretarse desde muchos puntos de vista y sería un error “encajonarla” en algo sacro cuando puede no serlo y, por supuesto, sería un error intentar definir el “Siglo de Oro” sin tener presente que las artes son una malgama de actividades que se influyen las unas a las otras. Explicarlas de forma individual sería algo que va en contra del sentido del “Siglo de Oro”. 

Bibliografía que recomendamos:
  • -       Jesús AGUADO DE LOS REYES, Fortuna y miseria en la Sevilla del siglo XVII, Biblioteca de temas Sevillanos, Sevilla, 1996.


  • -    Diego ANGULO ÍÑIGUEZ, Murillo, su vida, su arte, su obra, Madrid, Espasa-Calpe, 1981.


  • -   Jonathan BROWN, “Murillo pintor de temas eróticos, una faceta inadvertida en su obra” en Goya, pp. 35-53, 1982.


  • -      Peter CHERRY, “Las escenas de género de Murillo y su contexto” en, JAVIER Portús (Coord.) Niños de Murillo, Madrid, Museo Nacional del Prado (Catálogo de exposición celebrada entre septiembre y diciembre de 2001), 2001.


  • -     Jesús CANTERA MONTENEGRO, “El pícaro en la pintura barroca española” en Anales de Historia del Arte nº1, pp. 209-222, 1989.


  • -       Julián GÁLLEGO, Visión y símbolos en la pintura española del Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, 1984.


  • -       Fernando DE LA FLOR, La península metafísica. Arte, literatura y pensamiento en la España de la contrarreforma, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999.


  • -       Francisco MORALES PADRÓN, Memorias de Sevilla (noticias sobre el siglo XVII), Publicaciones del Monte Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, Córdoba, 1981.


  • -       Benito NAVARRETE PRIETO Murillo y las metáforas de la imagen, Madrid Cátedra, 2017.


  • -       Alfonso Emilio PÉREZ SÁNCHEZ De pintura y pintores. La configuración de los modelos visuales en la pintura española, Madrid, Alianza Forma, 1993.


  • -       Enrique VALDIVIESO, Murillo, Catálogo Razonado de Pinturas, Madrid, El Viso ed. 2010.


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